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Opinion

Deporte, atletas y política

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Evito publicar artículos conflictivos, destacando que para escribir hay que ser valiente y decente a la vez, lo que en ocasiones no es sencillo armonizar. En el campo de las ideas expresadas de buena fe, las diferencias de criterio enriquecen el debate y la verdad no queda atrapada. Mis próximas palabras no serán del agrado de todos.

El mundo deportivo quedó impactado. La noticia pasó algo desapercibida entre nosotros, gracias  a las hazañas de nuestros beisbolistas de Grandes Ligas y de Marileidy Paulino. Sucedió hace días, en la Vuelta ciclista a España. Cientos de personas la interrumpieron, manifestándose contra el genocidio de Israel en Gaza. Boicotearon al equipo del aro y pedal de Israel, comprometiendo su seguridad. El evento, algo inaudito, fue cancelado.

¿Qué culpa tenían esos atletas, sus compañeros de otros países, el público y los organizadores de las evidentes atrocidades que hoy sufre Gaza? Ninguna. Es un tema serio de derechos humanos y de geopolítica, no deportivo; es más, el deporte puede ser un importante canal para buscar soluciones al conflicto.

Es un asunto que traspasa lo ideológico y tampoco debe asociarse  con los abusos que cometan potencias militares sobre naciones  más débiles. Por ello, otro caso, deploro que los atletas rusos, por la invasión a Ucrania, no puedan representar a su país en actividades internacionales oficiales. Eso, por ejemplo, al ajedrez que es mi deporte, lo ha perjudicado bastante, aunque juegan con la bandera de la FIDE, pero no es lo mismo.

Desde joven estoy involucrado en la dirigencia deportiva local y global.  Aprendí que deporte y política no se mezclan. El deporte une más que la política. El deporte promueve la paz en la tierra, sin ningún tipo de discriminación. En un planeta repleto de conflictos e intereses, el deporte es la mejor manera para integrar a los pueblos en un ambiente sano y alegre.

Observemos los Juegos Olímpicos, símbolo de fraternidad universal, con franceses que  parecen nigerianos, mejicanos confundidos con iraníes, australianos con tez árabe… No hay fronteras raciales ni de otra índole. Llegan de países ricos y pobres, con gobiernos de izquierda y de derecha, judíos y musulmanes, ateos y cristianos.

Analizando lo acontecido en la Madre Patria, reflexiono que la irracionalidad humana es más o común de lo imaginado y a veces la empinamos  con orgullo y júbilo, como si fuera una escena graciosa lo que promueve y no un cuadro absurdo y deprimente. Cuando las protestas se alimentan de intolerancia, pierden su esencia y provocan daño a la causa que defienden. El exitoso ejemplo enseñado por  Mahatma Ghandi es todavía desconocido,  incluso para habitantes de sociedades desarrolladas. Política y deporte: ¡cuidado con confundirlas!

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