Opinion
Un Momento – Él siempre nos espera

Dios siempre nos perdona porque su amor por nosotros no tiene fin. Aunque el pecado nos aleje de su presencia y nos distancie de los demás, Él jamás deja de esperar nuestro regreso. Su misericordia es más grande que cualquier error y, sin importar cuánto nos apartemos, Él siempre está dispuesto a acogernos de nuevo.
Al experimentar este perdón constante, somos llamados a imitar a Jesús, quien nunca se cansa de perdonarnos, y a ofrecer ese mismo perdón a los demás, sin medida ni reservas.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.

Opinion
San y padres de familia, modos de vida

Los negocios informales son la norma en la economía dominicana. Las arterias comerciales de las ciudades están repletas de vendedores ambulantes. El fenómeno resalta porque la mayoría están negados a tributar al Estado. Son padres de familia.
Usted que está leyendo esto dirá —con razón— que son escasos los países que escapan a las ventas informales en plena calle. En el mejor de los casos se ubican en las plazas públicas. Cierto.
Pero igual de cierto es que, pocos países —o en ninguno— los comerciantes ambulantes se autonombran padres de familia. Padres de familia evasores de impuestos y arbitrios municipales.
La gama de productos vendidos es infinita. No obstante, entre los más tradicionales están: café, té, chocolate, pastelitos, empanadas, pan sobao y de agua.
Pero el san era una institución familiar.
Café, té y chocolate
Los viajantes, representantes de ventas de diferentes empresas, salen de sus casas por la madrugada hacia un pueblo diferente cada día. Al divisar el puesto de venta de café, té y chocolate encuentran la salvación.
La inversión iniciar de estos negocios es limitada, reducida a comprar insumos tan básicos que se consiguen en una pulpería. El equipamiento consiste en una mesita, una silla, un colador, un anafe a gas, preferiblemente y un delantal.
Luego viene la compra diaria o semanal, si el presupuesto alcanza. Se compra café, hojas secas y especias, chocolate en tabletas, azúcar y vasos desechables.
En el Cruce de Guayacanes —entradas a Mao, la Isabela o hacia Laguna Salada— una señora tiene su puesto desde hace más de 40 años. Ella, además de café, té de jengibre y chocolate de agua, ofrece pan sobao.
En Fantino, provincia Sánchez Ramírez, corría la segunda mitad del año 2010, dos amigos me acompañaban a Cotuí. Paramos en el parque del municipio a comprar café. Una mujer tenía un puesto en la parte frontal.
Los tres compramos café, chocolate y pan de agua. Resultó curioso que la señora tenía una alcancía de bambú con un letrero en cartulina. El anuncio decía: “Colabore con la graduación mía y la de mi hija”.
Las dos, madre e hija estudiaron para profesoras, por tanto, obtuvieron títulos de licenciadas en educación. Y la universidad se pagó con la venta de café.
En Neyba, provincia Bahoruco, en una esquina del parque hay una doña vendiendo café. Oferta, además, galletas de soda, saladas y pan. Igual le venden cigarrillos y mentas a los que fuman. Pero si usted necesita recargar su teléfono ella tiene una concepción secreta.
Pastelitos, empanadas y pan
No solo de café, té y chocolate vive la gente, sino de alguna harinita aceitosa y caliente o mejor, un pan recién sacado del horno. El gusto dirá.
Preparar empanadas de harina rellenas de huevo, queso, jamón u otros ingredientes es común en el Distrito Nacional. En las zonas de oficinas o tiendas abunda este tipo de negocio.
La venta de pastelitos, como también llaman a este tipo de empanadas, suele ser más rentable que las chiripas anteriores. Comienzan en la calle y poco tiempo después rentan un local pequeño cerca del lugar.
En Santiago de los Caballeros la tradición de empanadas se basa en una pasta de yuca guayada rellenas de queso, jamón, huele carne de res molida y de pollo.
En Cotuí, vender pan es tradicional. Los panaderos despliegan las carretas entre la iglesia católica y el parque. Muy de mañana, de 6:00 o 6:30; los clientes llegan en busca de pan caliente y chocolate en agua o en leche.
El san para ahorrar
Es probable que las familias formadas en lo que va del siglo XXI desconozcan el san como sistema de ahorro. Pero antes imposible que una familia no llevara un san periódicamente.
El san como método de ahorro básico se implementa con consistencia en las comunidades pobres. Se una práctica consuetudinaria tanto en zonas rurales como urbanas. Sin descartar las familias de clase media.
Sin importar la invasión de ofertas infinitas de modalidades de ahorro por la televisión, la radio y las redes sociales. El san sobrevive.
El san es una especie de caja de ahorro informal. En la mayoría de casos el método lo implementaban las mujeres de credibilidad probada en la comunidad. Administrar dinero de otros no es cuestión de carita bonita.
Los intereses cobrados la dueña del san los camuflaba de tal manera que la carga fuera beneficiosa para todos. El propósito era ofrecer un lugar seguro donde ahorrar. Eso tiene precio.
Para abrir un san implicaba reunir un grupo de ahorrantes dispuestos a pagar cuotas semanal o mensual. Luego se organizaron sanes de cotización diaria. Cierto es que, el grupo de participantes debía estar completo antes de empezar a cotizar.
El ahorrante, por ejemplo, paga once cuotas y recibe el equivalente a diez. Cada uno tiene asignado un número del uno al diez. En un san de mil pesos semanal los miembros pagarán cien pesos durante once semanas. No importa que pague cien pesos, uno de ellos —según el número que le toque— recibirá mil pesos.
Cada semana un miembro diferente al anterior cobrará mil pesos hasta completar la lista. La propietaria, por lo regular, cobra la primera cuota, aunque hay casos que opta por la última cotización. Si uno de los ahorrantes dejara de pagar se atrasa el san.
Se desprende, por derivación que, los ahorrantes deben ser tan responsables como la dueña del san. Los miembros restantes esperan recibir su ahorro cuando les corresponda.
“Solarsan”, programa inmobiliario promovido para facilitar la compra de solares, es una muestra del arraigo del método del san en la economía del pobre.
Miguel Ángel Cid
Twitter: @miguelcid1
Opinion
Un Momento – El árbol de la cruz: la esperanza restaurada

Desde el momento en que el árbol del conocimiento en el Edén nos arrancó la vida, Dios nos regaló la esperanza de recuperarla a través del árbol de la cruz. Mientras el árbol en el jardín de Adán trajo la caída, el árbol de la cruz nos trae la salvación. En la muerte de Cristo, Dios nos dio la oportunidad de restaurar lo perdido, ofreciéndonos la vida eterna y recordándonos que, a través de Jesús, siempre hay esperanza de redención.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
Opinion
Cultura viva – “La sonrisa del águila”

Rafael Emilio Sanabia (Santo Domingo, 1888-1973) es un escritor, educador y patriota dominicano, casi desconocido por las nuevas generaciones de dominicanos. Desde muy joven enfrentó la invasión militar norteamericana (1916-1924) y la tiranía de Rafael L Trujillo (1930-1961).
En el campo de la literatura publicó varios libros, entre ellos: Ecos errantes (1916), Lágrimas del silencio (1920), Del exilio (1922)… pero una de las obras salvadas del olvido en el 2016, es ¨Zarpas y verdugos¨, gracias a la gestión de las autoridades del Archivo General de la Nación (AGN). Corresponde al volumen CCLXV ). Considerada por su biógrafo, el escritor Alejandro Paulino Ramos, el más importante de sus títulos porque “recoge precisamente su dolor y pasión ante la República mancillada por las tropas norteamericanas en 1916”.
¨Este libro sería el más celebrado por su contenido patriótico y, aunque publicado meses después de la desocupación, fue redactado entre 1922 y 1924 al fragor de la lucha por la soberanía y la independencia de la República Dominicana¨.
Para esta entrega seleccioné el artículo XVII: “La sonrisa del águila” que narra los últimos días del luchador revolucionario y general Fidel Ferrer (La Romana, 1883-La Guárana, 1918). La narración de Sanabia resulta estremecedora y revela las atrocidades del invasor, y, al mismo tiempo, la valentía del patriota dominicano. El artículo finaliza así:
“En la noche, atado a la cola de una yegua, irá desde la ciudad de San Pedro de Macorís hasta Hato Mayor, por el viejo camino, erizado, estrecho y pedregoso, lleno de numerosas curvas… Cuando caiga, rota la frente, herido los labios, las rodillas destrozadas, se levantará al galope de la bestia en desboque… Escena tan horripilante causa tal indignación, que bien podría darse por no habida.
“Sujeto a nuevas torturas y mutilaciones, permanecerá tres días en Hato Mayor; le obligarán a hablar mentira; pero, no mentirá; lo obligarán a calumniar a sus compatriotas, pero no calumniará; sufrirá sed y hambre…
“¡Y, después, por el mismo camino, atado a la cola de un caballo, recorrerá nuevamente el mismo trayecto… Perderá los pies en el camino, se irá desangrando poco a poco, hasta que al fin, detenida la bestia, lo atarán con un lazo por el cuello, lo colgarán lentamente de los brazos de un robusto framboyán, y allí, abandonado a la inclemencia del tiempo, los cerdos hambrientos irán engulléndose la carne del infeliz ajusticiado!”…
“Esa, es la sonrisa del águila”. Para sustentar ese título, Sanabia utilizó una cita del célebre general Pirro, uno de los mejores militares de la antigüedad, en su lecho de muerte: “¡Sublime fuerza irresistible con que saben los espíritus extraordinarios burlar las embestidas de la Barbarie!”.
Muy interesante la lectura de las obras de este gran escritor y patriota dominicano Rafael Emilio Sanabia.
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