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Opinion

Un Momento – Dar razón de nuestra esperanza

En el Mes de la Patria, y en medio del Año Jubilar de la Esperanza, es el momento ideal para que los dominicanos compartamos con el mundo las razones de nuestra esperanza. Reflexionemos sobre nuestra identidad y valores, recordemos y celebremos nuestra historia, tradiciones y logros, y mostremos al mundo cómo la esperanza ha sido un pilar fundamental en nuestra nación.

En cada rincón de la República Dominicana, desde nuestras playas hasta nuestras montañas, podemos encontrar historias, de todo tipo, que nos llenan de orgullo. Compartamos esas historias y reafirmemos nuestro compromiso de seguir trabajando para dar razón de nuestra esperanza. Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.

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Más importancia a la salud mental

Hemos sido reiterativos con este tema, incluso hemos llevado a los medios que producimos como equipo, tanto en radio como en tv, a muchos profesionales de la conducta desde la pandemia y luego de la misma.  Y  le dimos seguimiento desde el mismo instante en que psicólogos y psiquiatras comenzaran a informar y alertar al mundo, que todo ese encierro por algún lado nos daría “en la madre”, y que las sociedades comenzaríamos a verlo.

Pues, podemos decir, que en República Dominicana, todo ese aumento desmesurado de violencia, tanto intrafamiliar como fuera de la misma, lo que vemos en las calles, en que por discusiones estériles se han matado personas por el simple roce entre un vehículo y el otro.  O, las situaciones por parqueos entre vecinos, es mucho mayor la incidencia de estos casos que hemos visto.  La manera de responder que antes de pensar en la mesura, vamos de o a 100, en un minuto, no acogemos la calma ni la pausa, sino la ira. Llevamos discusiones estériles a niveles insospechables.

Estamos prefiriendo la controversia y el conflicto, antes que la mediación y resolución de los problemas.  Estamos buscando que el otro reaccione de mala manera para entonces, nuestra respuesta sea peor.

Pero, todo aquel encierro,  ha causado aún peores daños, porque se está teniendo muchos pacientes con depresión, fruto de la ansiedad y la angustia que genera en todos los órdenes en países como el nuestro, aunque sea un problema mundial, pero las causas de mucha violencia social que estamos viendo es fruto de las afectaciones mentales que están atacando a la población dominicana, y al menos el dato ofrecido a finales del año pasado en el Foro de Salud Mental que realizó el Listín Diario en conjunto con la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), se determinó que el 20 por ciento de la población dominicana tienen o padece algún trastorno de salud mental y los profesionales están desbordados por la demanda de servicio.

En cuanto a la inversión pública que se supone debería colocar el Estado dominicano, para este tipo de situaciones, es a penas de un 1%, cuando debería ser al menos de 3 pero debiéndose llegar al 5% del Producto Interno Bruto, según la Organización Mundial para la Salud (OMS).

Es por lo anterior, que de los principales retos que tiene la salud mental en el país, es, la falta de educación generalizada de la población, estigmatización, pocos centros de atención especializada, baja inversión en salud mental, la no cobertura por los seguros de salud, los costos de las consultas y centralización de la atención.

Lo que hoy estamos viendo, es al agravamiento de la violencia, fruto de la depresión y otros trastornos que están asociados a la drogadicción, adicción al juego de azar, el estrés crónico y el deterioro emocional en sentido general.

Resulta todo un reto para el Estado dominicano, porque a pesar de nuestra realidad en salud mental, no se están logrando los objetivos para enfrentar lo que cada día crece.

Parte de los especialistas que participaron en aquel foro, señalaron como algo importante, en cuanto al costo y alcance a la población más vulnerable, de los medicamentos y tratamientos, indicaron lo siguiente: “Los medicamentos para enfermedades mentales deben estar integrados en el Programa de Medicamentos de Altos Costos debido a que cualquier paciente requiere alrededor de 50,000 pesos mensuales, además, de pagar consultas privadas que en promedio cuestan entre RD$3,500 y RD$6,000”.

Otro aspecto a mencionar es que da la impresión que la cantidad de psiquiatras  y psicólogos no dan abasto para la cantidad de personas que en República Dominicana puedan estar afectadas en salud mental, según El Servicio Nacional de Salud, cuenta con más de tres mil psicólogos y unos 160 psiquiatras, distribuidos en centros de segundo y tercer nivel de atención, para ofrecer asistencia en salud mental a toda la población que lo requiera.  Lo que implica que en la práctica no es suficiente esa proporción por cada cien mil habitantes.  Y que además, estos tratamientos desde las consultas, no son acogidos por el sistema de seguridad social, cuando debería ser visto hoy como un tema primordial de salud.

Como podemos ver, cada uno de los datos ofrecidos, debemos tener una mayor atención y preocupación para con el tema de la salud mental y que dejemos de estigmatizar y como Estado se realicen mayores inversiones y recursos para este renglón antes que la situación se salga de las manos y siga habiendo mayor sensación de desesperanza en ese aspecto, tan importante para salud de toda mujer y hombre.

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Un Momento – Un Dios cercano

Hoy celebramos el misterio de la Encarnación del Señor, el momento en que el Verbo, la Palabra eterna de Dios, se hizo carne y vino a vivir entre nosotros. A través del sí de la Virgen María, Dios asumió nuestra humanidad, uniendo lo divino con lo humano. Este acto de amor profundo no deja de asombrarnos, recordándonos que Dios se hace cercano y accesible. Su llegada cambió el rumbo de la historia y la cultura actual en general asumió un antes y un después de él.

Les invito a reflexionar sobre la cercanía de Dios en nuestras vidas que la transforma y dignifica. Al encarnarse, Dios mostró que su amor no es lejano, sino real y tangible.
Hasta mañana, si Dios, usted y yo lo queremos.
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Opinion

Rostros quebrados

Para algunos este artículo podría ser cruel. En tal caso, pido disculpas. De los individuos y grupos que observo, el de los ludópatas es el que más me intriga: no pueden resistirse al absurdo deseo o pasión por apostar dinero en lo que sea, sin importarles las consecuencias de su adicción. La semana pasada volví a tener esa sensación cuando, por razones de amistad, visité una banca de apuestas.

La ludopatía es una enfermedad que se trata en centros de salud.  Destruye al protagonista y a su entorno. Confían en el azar, en que la suerte está de su lado; basándose en esa ilusión son capaces de todo, desde mentir hasta robar. Tristemente, cada día hay más jóvenes atrapados por este vicio, peor en muchos casos que las drogas o el alcoholismo.

Pero no me enfocaré en analizar este problema; solo aspiro a retratar las conductas que he visto de los que están o salen de los casinos y de las bancas de apuestas. Por desgracia es fácil lograr mi objetivo: abundan los casinos y existen bancas de apuestas en cada esquina, en todo el territorio nacional.

En los casinos luces, alfombras, bebidas, ancianos sin buen juicio, adolescentes viejos de  voluntad, rostros desesperados, pies moviéndose al compás de los dados, prendas empeñadas, casas hipotecadas gracias a instintos sin base, familias destruidas, patrimonios ancestrales quemados en un santiamén…

Cuando terminan, ahogados en la desesperación,  se retiran cabizbajos, cansados, con los pies de plomo y la conciencia marchita; y tratan de retroceder el tiempo, sin percatarse que su mirada está perdida en una eternidad sin retorno. Parecen zombies bien vestidos y maquillados, aunque alguna mano quede sin su Rolex y por las mejillas se destaquen algunos surcos dejados por las lágrimas.

Las bancas de apuestas es la otra cara de la misma moneda. Es donde el vicio “se democratiza”, estando al alcance de todos, no hay condiciones para participar en la conquista de pesadillas perfumadas de sueños. Es más fácil encontrar estos negocios que escuelas y clubes culturales y deportivos.

Y se concentran en las afueras del lugar,  con sus ropas de “tercera mano”; algunos tienen un cigarrillo entre los labios y un café en vaso plástico entre los dedos. Se mueven con rapidez, discuten de números y tripletas, del palé, de los expertos que ya analizaron los previsibles resultados de la lotería, de que “ahora sí que es verdad la orejita que les dijeron”, de que será la última de vez que jugarán…

Y el final, en casinos y bancas de apuestas, me recuerda una canción de Serrat que adapto: “Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.

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