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Opinion

La doble matanza de la escuelita

Cuando las escuelas públicas eran escasas y era casi imposible acoger la población en edad escolar, cuando los profesores recibían salarios de miseria, etc. Entonces, las escuelitas de patio resolvían, en parte, las deficiencias. Eran un respiro económico.

La deficiencia de planteles escolares parecía insuperable por parte de gobierno. La precariedad se extendía por igual al cuerpo docente. Las consecuencias en las comunidades rurales eran catastróficas. Sin que lo anterior implique que las zonas urbanas rebosaban de centros educativos. Para nada.

Los barrios, repartos y urbanizaciones de la época aventajaban a las secciones y parajes porque a nadie se le ocurría instalar un colegio privado en el campo. En cambio, las tramas urbanas tenían colegios grandes y chiquitos, caros y baratos. El descuido en el sistema de educación pública hizo cada vez más rentables las ofertas privadas.

Para que se tenga una idea de la precariedad, un centro escolar cubría un área tan extensa como poblada. La escuela Benigno Filomeno de Rojas, ubicada frente a la Catedral Metropolitana “Santiago Apóstol” y el Parque Duarte (antiguo central), por ejemplo, abarcaba La Joya, Baracoa, centro histórico, Bella Vista, Pastor, Pekín y La Yagüita.

La Escuela Colombia, como también la llamaban, incluía a Nibaje, Villa Jagua y parte de La Herradura. En ese mismo perímetro hoy existen cerca de ocho centros con tandas extendidas. Sin contar los colegios privados.

La carencia de profesores, sumado a los salarios de miseria que devengaban, agudizaba aún más la crisis. Tenían que conformarse con salario mínimo. A sabiendas que una buena proporción de estos no alcanzaban —más en lo rural— ni tan siquiera a ser bachilleres.

Para perpetuar la calamidad del sistema educativo los niños, para ser aceptados en las escuelas debían tener 6 años cumplidos. Todo este panorama sombrío generó lagunas en el plano técnico-metodológico del estudiantado. También justificó la proliferación de las escuelitas de patio (Escuelitas Particulares).

La escuelita

¡Qué-qué! Qué usted nunca estuvo en una escuelita de patio. Entonces sucedió una de dos: primero, lo inscribieron en la escuela a los 7 años de edad; segundo, nació después del año 1994.

Y tomo de referencia el año 1994, porque en el periodo 1992-2002 se puso en marcha el primer Plan Decenal de Educación de la República Dominicana. Lo que quiere decir que, en 1994 el programa estaba en la etapa de consolidación.

Para los fines del Plan Decenal se consensuaron en el proceso de consultas los objetivos básicos siguientes:

  • Reformar el currículo para mejorar la educación
  • Mejorar la condición docente
  • Reformar la institución para lograr mayor eficiencia
  • Fom

    Cuando las escuelas públicas eran escasas y era casi imposible acoger la población en edad escolar, cuando los profesores recibían salarios de miseria, etc. Entonces, las escuelitas de patio resolvían, en parte, las deficiencias. Eran un respiro económico.

    La deficiencia de planteles escolares parecía insuperable por parte de gobierno. La precariedad se extendía por igual al cuerpo docente. Las consecuencias en las comunidades rurales eran catastróficas. Sin que lo anterior implique que las zonas urbanas rebosaban de centros educativos. Para nada.

    Los barrios, repartos y urbanizaciones de la época aventajaban a las secciones y parajes porque a nadie se le ocurría instalar un colegio privado en el campo. En cambio, las tramas urbanas tenían colegios grandes y chiquitos, caros y baratos. El descuido en el sistema de educación pública hizo cada vez más rentables las ofertas privadas.

    Para que se tenga una idea de la precariedad, un centro escolar cubría un área tan extensa como poblada. La escuela Benigno Filomeno de Rojas, ubicada frente a la Catedral Metropolitana “Santiago Apóstol” y el Parque Duarte (antiguo central), por ejemplo, abarcaba La Joya, Baracoa, centro histórico, Bella Vista, Pastor, Pekín y La Yagüita.

    La Escuela Colombia, como también la llamaban, incluía a Nibaje, Villa Jagua y parte de La Herradura. En ese mismo perímetro hoy existen cerca de ocho centros con tandas extendidas. Sin contar los colegios privados.

    La carencia de profesores, sumado a los salarios de miseria que devengaban, agudizaba aún más la crisis. Tenían que conformarse con salario mínimo. A sabiendas que una buena proporción de estos no alcanzaban —más en lo rural— ni tan siquiera a ser bachilleres.

    Para perpetuar la calamidad del sistema educativo los niños, para ser aceptados en las escuelas debían tener 6 años cumplidos. Todo este panorama sombrío generó lagunas en el plano técnico-metodológico del estudiantado. También justificó la proliferación de las escuelitas de patio (Escuelitas Particulares).

    La escuelita

    ¡Qué-qué! Qué usted nunca estuvo en una escuelita de patio. Entonces sucedió una de dos: primero, lo inscribieron en la escuela a los 7 años de edad; segundo, nació después del año 1994.

    Y tomo de referencia el año 1994, porque en el periodo 1992-2002 se puso en marcha el primer Plan Decenal de Educación de la República Dominicana. Lo que quiere decir que, en 1994 el programa estaba en la etapa de consolidación.

    Para los fines del Plan Decenal se consensuaron en el proceso de consultas los objetivos básicos siguientes:

    • Reformar el currículo para mejorar la educación
    • Mejorar la condición docente
    • Reformar la institución para lograr mayor eficiencia
    • Fomentar la participación de la comunidad en la gestión educativa
    • Lograr que la educación reciba el 2% del PIB

    Una observación somera a posteriori bastaría para saber que los propósitos propuestos —en su mayoría— se superaron con creces. Sólo la mezquindad no logra verlo.

    Los resultados de este primer Plan Decenal dieron al traste con la proliferación de escuelitas de patio hasta desaparecerlas.

    La escuelita era una opción para adelantar la alfabetización antes de llegar al sistema formal de educación. Como se dijo arriba, los niños debían tener 6 años cumplidos para que el sistema formal los inscribiera en primero de la primaria. Porque en la época eran desconocidos los niveles de Párvulo, kindergarten o Preescolar.

    El ingreso a la escuela antes de los 6 años, por derivación de lo anterior, se hacía innecesario. Porque los niveles Párvulo, kindergarten o Preescolar son los responsables de modelar las funciones motoras de los niños.

    Aclaro que la palabra kindergarten significa en español: jardín de infancia, guardería o parvulario.

    Las debilidades señaladas antes vienen a ser suplidas —en parte— por las escuelitas de patio. Y digo en parte porque estos centros informales sólo se ocupaban de ensenar a leer e inducir los comportamientos cívicos necesarios.

    Los casos de escuelitas impulsadas por profesoras que tenían su plaza en el sistema formal de educación eran comunes. Las que tenían esta condición solían tener mayor clientela. Si. Porque luego estas maestras servían de garantía para que el niño fuera admitido en la escuela pública. Recuerde que estas eran pocas.

    Había niñas, inclusive, que las inscribían en segundo o tercer grado de primaria debido a que la maestra de la escuelita las recomendaba. Lo que significa que de manera velada el sistema estatal las asumía como una opción válida.

    Las escuelitas eran, además, el centro de entrenamientos para las profesoras en el arte de la pedagogía. Estas, no obstante, ya eran expertas en otro arte, en el arte y método conocido como la “pedagotabla”, consistente en lograr la atención del estudiante a golpe de regla. Las reglas de un metro las fabricaban de tablas de madera.

    El doble pley se consumaba debido a que las profesoras se granjeaban —con la escuelita— un ingreso adicional al salario de miseria que recibían.

    La escuelita tradicional caló tanto que, Freddy Beras Goico (1940-2010) escribió un libreto para una comedia que todavía hoy conserva vigencia. “La Escuelota”, es sin dudas, una comedia icónica, una sátira de la escuelita.

    El tiempo impuso su paso infalible. El Plan Decenal, tras la eficiencia de una y otra versión, terminó integrando la función de las escuelitas al sistema formal de educación pública.

    Pero como el reciclaje puede aplicarse a prácticas distintas, las escuelitas mutaron a la modalidad de Sala de Tareas. Se adaptaron para ofertar servicios a los estudiantes con problemas de retraso en el conocimiento.

    El engaño ha existido siempre. Es una enfermedad familia de la cleptomanía. Por tanto, eran muchos los que enviaban sus hijos durante meses sin pagar un chele. Se las pasaban haciendo cuentos hasta que dejaban de enviar el muchachito.

    Con todo y el engaño, las escuelitas resolvían una irresponsabilidad del gobierno. Enseñaban a los niños y garantizaban un paliativo a la economía hogareña.

    Miguel Ángel Cid

    cidbelie29@gmail.com

    Twitter: @miguelcid1

    entar la participación de la comunidad en la gestión educativa

  • Lograr que la educación reciba el 2% del PIB

Una observación somera a posteriori bastaría para saber que los propósitos propuestos —en su mayoría— se superaron con creces. Sólo la mezquindad no logra verlo.

Los resultados de este primer Plan Decenal dieron al traste con la proliferación de escuelitas de patio hasta desaparecerlas.

La escuelita era una opción para adelantar la alfabetización antes de llegar al sistema formal de educación. Como se dijo arriba, los niños debían tener 6 años cumplidos para que el sistema formal los inscribiera en primero de la primaria. Porque en la época eran desconocidos los niveles de Párvulo, kindergarten o Preescolar.

El ingreso a la escuela antes de los 6 años, por derivación de lo anterior, se hacía innecesario. Porque los niveles Párvulo, kindergarten o Preescolar son los responsables de modelar las funciones motoras de los niños.

Aclaro que la palabra kindergarten significa en español: jardín de infancia, guardería o parvulario.

Las debilidades señaladas antes vienen a ser suplidas —en parte— por las escuelitas de patio. Y digo en parte porque estos centros informales sólo se ocupaban de ensenar a leer e inducir los comportamientos cívicos necesarios.

Los casos de escuelitas impulsadas por profesoras que tenían su plaza en el sistema formal de educación eran comunes. Las que tenían esta condición solían tener mayor clientela. Si. Porque luego estas maestras servían de garantía para que el niño fuera admitido en la escuela pública. Recuerde que estas eran pocas.

Había niñas, inclusive, que las inscribían en segundo o tercer grado de primaria debido a que la maestra de la escuelita las recomendaba. Lo que significa que de manera velada el sistema estatal las asumía como una opción válida.

Las escuelitas eran, además, el centro de entrenamientos para las profesoras en el arte de la pedagogía. Estas, no obstante, ya eran expertas en otro arte, en el arte y método conocido como la “pedagotabla”, consistente en lograr la atención del estudiante a golpe de regla. Las reglas de un metro las fabricaban de tablas de madera.

El doble pley se consumaba debido a que las profesoras se granjeaban —con la escuelita— un ingreso adicional al salario de miseria que recibían.

La escuelita tradicional caló tanto que, Freddy Beras Goico (1940-2010) escribió un libreto para una comedia que todavía hoy conserva vigencia. “La Escuelota”, es sin dudas, una comedia icónica, una sátira de la escuelita.

El tiempo impuso su paso infalible. El Plan Decenal, tras la eficiencia de una y otra versión, terminó integrando la función de las escuelitas al sistema formal de educación pública.

Pero como el reciclaje puede aplicarse a prácticas distintas, las escuelitas mutaron a la modalidad de Sala de Tareas. Se adaptaron para ofertar servicios a los estudiantes con problemas de retraso en el conocimiento.

El engaño ha existido siempre. Es una enfermedad familia de la cleptomanía. Por tanto, eran muchos los que enviaban sus hijos durante meses sin pagar un chele. Se las pasaban haciendo cuentos hasta que dejaban de enviar el muchachito.

Con todo y el engaño, las escuelitas resolvían una irresponsabilidad del gobierno. Enseñaban a los niños y garantizaban un paliativo a la economía hogareña.

Miguel Ángel Cid

cidbelie29@gmail.com

Twitter: @miguelcid1

Opinion

El Jet Set aplastó la bulla de Friusa

Acaso “los potros de bárbaros atilas” de César Vallejo, les declararon la guerra a los dominicanos. No, Atila no es cibaeño.  Es probable que la ofensiva venga de las legiones de “los heraldos negros que nos manda la Muerte”.

Hace unas pocas semanas el país fue martirizado con la supuesta amenaza de exterminio fraguada en Friusa. Los patrioteros marcharon en defensa de su identidad pura, buscaban muertos recién matados. No los encontraron.

El fracaso en Friusa los empujó a hacer nuevas convocatorias, Palacio de Gobierno una y la otra hasta Matamosquito, comunidad vecina de Friusa. Pero el desplome del techo de la discoteca Jet Set les aguó la fiesta.

Lo cierto es que, tanto el mito de Friusa como la tragedia del Jet Set son un aviso. Anuncian que la sociedad dominicana está hundida en un momento histórico-social donde los hechos, sean colectivos o individuales, se transforman en invisibles.

Por lo anterior, en un abrir y cerrar de ojos la realidad disfrazada de tragedia asomó la cabeza al través del desplome total del techo de la discoteca Jet Set. Ahora el llanto se expresa como reflejo de una irresponsabilidad inexpresable, imposible de ser confesada.

La confesión para los dominicanos, igual que en el cristianismo, se hace en secreto absoluto. La autocrítica, —tan recurrida por los marxistas del patio— ya ni siquiera en las reuniones secretas se menciona.

Aquí, todo sucede bajo el manto de la hipocresía, bajo la protección de autoridades gubernamentales, políticas, eclesiástica y de los líderes sociales en todos los estratos. Cada uno quiere proteger sus beneficios sin importar que eso aplaste a cientos, miles, millones… lo que importa es que yo siga gozando de mis privilegios.

Es por ello que, nadie vio —anterior a la catástrofe— las irregularidades que mostraba el edificio donde funcionaba la discoteca Jet Set. Nadie se percata de los vicios cometidos en la construcción de puentes, carreteras, escuelas, etc.

Nadie se da cuenta de las alteraciones en la fabricación de alimentos, de medicamentos, ni en la embotelladora de agua.  Nadie ha visto antes —ni lo verá mañana— los bolsillos de los funcionarios llenos de bote en bote. Funcionarios que ayer no tenían absolutamente nada.

Ante cada hecho deleznable o bochornoso, las masas —obedientes a las élites económicas, políticas y eclesiásticas— continuaran viendo para otro lado. Para que así sea ha bastado siempre con identificar dos o tres chivos expiatorios. Lo mismo que sucede ante cada cambio de gobierno.

Pan y circo, decía Roma. Pero al circo dominicano le darán el “pan que en la puerta del horno se (…) quema”.

¿Quién asegura que no pasará igual con la tragedia del Jet Set, que los casi doscientos cincuenta fallecidos sólo sirvan para alimentar el fenómeno mediático?

No. No se trata de sí el propietario del Jet Set es declarado culpable por un tribunal. No se trata de identificar funcionarios de este ni de gobiernos anteriores que fueran sobornados para hacerse de la vista gorda. No se trata de emprender una cacería de brujas sin alas ni aquelarre.

Lo importante en este caso es que, se establezcan los compromisos de todos los sectores que han propiciado estas irresponsabilidades históricamente. Que se establezcan o reconfirmen las reglas y controles necesarios para que jamás vuelvan a ocurrir hechos tan bochornosos como el del Jet Set.

Porque no son los desaprensivos de Friusa, no son los cientos de aplastados en el Jet Set. No. Estos son golpes repetitivos, son “Golpes como del odio de Dios (…) golpes (…) tan fuertes… ¡Yo no sé!”.

Pero evitar que la destrucción consciente y masiva de la vida humana se repita, no es tarea del gobierno.  Toca al país, representado en todos y cada uno de los sectores en que se estratifica la sociedad dominicana. A estos les corresponde ser vigías del respeto a las reglas del juego.

Les toca, ser garantes de la aplicación —tan rígida como flexible— de las leyes reguladoras. Que nadie se quede viendo para otro lado. Que nadie se quede sin exigir lo que le toca hacer a cada quien.

Porque de lo contrario, habrá que pedir, con Joan Manuel Serrat, “una escalera / para subir al madero / para quitarle los clavos / a Jesús el Nazareno”.

Nota:

Las comillas corresponden, primero a Los heraldos negros del poeta peruano César Vallejo. Segundo, canción La saeta de Joan Manuel Serrat.

Miguel Ángel Cid

cidbelie29@gmail.com 

Twitter: @miguelcid1

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Opinion

De los héroes a los empleados sin nombres

En relación con el trágico caso de la Discoteca Jet Set, valdría preguntarse: ¿Ningún empleado de esta institución murió, salió herido, o solo fallecieron o resultaron lesionados los clientes, en su mayoría de privilegiados niveles socioeconómicos, que allí estaban presentes?

Un parqueador que en el referido centro de diversión trabajaba declaró a la prensa que la noche del trágico suceso se encontraban laborando aproximadamente doce empleados. Y merced a esta confesión, de nuevo vale preguntar: «¿Tuvieron esos humildes servidores la dicha o suerte de que ni uno solo de los mortales escombros rozara, impactara o sepultura sus cuerpos?

Esto último parece ser así, pues de ellos nada dicen las crónicas periodísticas. Contrario a la magna atención o amplia cobertura que se les ha dado a las víctimas con rangos, fama y apellidos, de los “empleados sin nombres”, nadie sabe qué les sucedió a los camareros, sonidistas, conserjes, portero, etc. En fin, todos ignoramos el destino de esos anónimos servidores, sin cuyos cotidianos ajetreos laborales, posiblemente el emblemático centro de esparcimiento no hubiera alcanzado la fama que durante más de cincuenta años mantuvo.

Pero a pesar de tan indiscutible realidad, a la prensa dominicana, conformada por reporteros que en su mayoría proceden de los estratos más empobrecidos de nuestra sociedad, el destino final de sus iguales trabajadores o de esos seres desclasados, es muy poco, al parecer, lo que parece importarle.

Cada muerto o cada herido, víctima del derrumbe sorpresivo del techo de la ya referida discoteca, a todos los dominicanos, emocionalmente, nos ha golpeado profundamente. A todos nos causado una lacerante angustia y un intenso dolor, independientemente de que ningún pariente o relacionado nuestro haya sido o no afectado. Y es que todos los allí presentes, sin importar rangos o niveles socioeconómicos, eran personas nobles, trabajadoras productivas y poseedora de una bien lograda imagen social, libre de toda duda o discusión. Y como tal perfil era común a todos, entiendo que todos debieron recibir el mismo tratamiento en términos de cobertura.

 Ante semejante indiferencia, clasista y excluyente conducta, a la pantalla de mi memoria saltan a la vista los clásicos versos del poema «A los héroes sin nombre», del laureado, petromacorisano y llamado «Poeta de los humildes», Federico Bermúdez (1884 -1931):

A LOS HÉROES SIN NOMBRE

Vosotros, los humildes, los del montón salidos,

heroicos defensores de nuestra libertad,

que en el desfiladero o en la llanura agreste

cumplisteis la orden brava de vuestro capitán.

 

vosotros, que con sangre de vuestras propias venas,

por defender la patria manchasteis la heredad,

hallasteis en la lucha la muerte y el olvido:

la gloria fue, absoluta, de vuestro capitán.

 

Cuando el cortante acero del enemigo bando

cebó su torpe furia en vuestra humanidad,

y fuisteis el propicio legado de la tumba,

sin una cruz piadosa ni un ramo funeral,

también a vuestros nombres cubrió el eterno olvido:

¡tal sólo se oyó el nombre de vuestro capitán!

 

Y ya, cuando a la cumbre de la soñada gloria

subió la patria ilustre que fue vuestro ideal,

en áureos caracteres la historia un homenaje

rindió a la espada heroica de vuestro capitán.

 

Dormidos a la sombra del árbol del olvido,

¡quién sabe en dónde el resto de vuestro ser está!,

vosotros, los humildes, los del montón salidos,

sois parias; en la liza, con sangre fecundáis

el árbol de la fama que da las verdes hojas

para adornar la frente de vuestro capitán…

 

 

 

Vosotros, los humildes, los del montón salidos,

heroicos defensores de nuestra libertad,

que en el desfiladero o en la llanura agreste

cumplisteis la orden brava de vuestro capitán»

 

(FEDERICO BERMÚDEZ)

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Opinion

cultura viva – El Cristo de Dalí

El tema de hoy es para recordar el famoso cuadro “Cristo de San Juan de la Cruz” pintado en 1951 por el genio y artista  español Salvador Dalí (1904-1989), considerado como uno de los más sobresalientes  exponentes del surrealismo del siglo XX. En vez llamar esa pintura “Jesús  crucificado”,  Dalí prefirió titularlo San Juan de la Cruz, según dijo, porque se inspiró en un dibujo del místico, conservado en el convento de la Encarnación de Ávila (España). Otro elemento de la vida real incluido, en la obra se observa en la parte inferior, es el paisaje apacible de la bahía Port Lligat, lugar conocido internacionalmente por ser la residencia y  posteriormente la Casa Museo Salvador Dalí.

Dalí explicó esa pintura con las siguientes palabras: “Mi ambición estética en ese cuadro era a la contraria de todos los Cristos pintados por la mayoría de los pintores modernos, que lo interpretaron en el sentido expresio­nista y contorsionista, provo­cando la emoción, por medio de la fealdad. Mi principal preocupación era pintar a un Cristo bello como el mismo Dios que él encarna”.

Dos  motivos me animan en presentar esta extraordinaria obra de arte con sus valores en sí misma. La otra, es por considerarla muy adecuada por el mensaje que transmite en esta época del año.

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