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Opinion

¡Fetichismo de la corrupción!

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La corrupción estatal o el abu­so del poder público para­ conseguir beneficios privados, es un fetiche. Un axioma concreto con identidad propia. Una dimensión objetiva que se mueve independiente de las ilusiones o voluntades de autoridades de oposición o de gobierno.

Para enfrentar la corrupción, no hay que andar como Diógenes de Atenas, linterna en manos, a plena luz del día, en la búsqueda de hombres honestos. La corrupción es consus­tancial a la civilización y al Estado.

Aparece con el surgimiento de los primeros Estados hace 5,500 años. Derivada del cobro de los impuestos y el surgimiento de la estadística como ciencia para contabilizar vasallos cotizantes, masas monetarias y minerales preciosos. La corrupción surge con las ciudades, escritura, estructuras de gobierno y ejército.

Los 30 mil millones pesos anuales calculados por Leonel Fernández, Juan Bolívar Díaz y Licelott Marte, como masa monetaria de corrupción pública, hoy serían 200 mil millones anuales. Monto derivado de utilizar el IPC y promedio anual de inflación del 1996-2025. El volumen saqueado anualmente al Estado es 2.47% del PIB actual. La corrupción judicializada es apenas la punta del iceberg de la corrupción real.

Aunque todos los gobiernos generan corrupción, no en todas las naciones, es una práctica promovida por la superioridad pública.

En República Dominicana, en los casi pasados 100 años (1930-2025), la corrupción como política tácita, evidencia tres ciclos. El primer ciclo de centralización y persona­lización aconteció del 1930 al 1961. El segundo período 1961-1996, donde se descentralizó y masificó por todos los niveles de gobierno.

Finalmente, un tercer ciclo con elementos del anterior, de «masificación partidaria» de 1996 al 2025. Hoy la corrupción irrumpe como política tácita articulada desde los partidos.

Íntimamente relacionada al costo de las campañas electorales y aumento de la inversión pública en obras públicas, educación, energía y salud. Asimismo, vinculada a compras de medicamentos, alimentos, equipamientos de tecnologías y seguros.

Pretender controlar la corrupción sólo con reformas del Estado, leyes, normas y sistemas, es no entender objetivamente, su relación con la cultura de los partidos, dirigentes y gobiernos.

Los Índices de Corrupción (IPC) de Transparencia Internacional en 180 naciones, puntean desde la transparente Dinamarca con 90% hasta la opalescente Sudán de 8%. Aunque hemos mejorado (33%), aún estamos más cerca de Sudán que de Dinamarca.

Se impone un «pacto nacional por la transparencia». Gestor de una nueva cultura desde medios, redes, partidos, universidades y empresas. Igualmente, garantizar como se hace ahora, ministerios públicos independientes, con cero impunidad social y jurídica contra corruptos.

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