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Opinion

A mi madre, su fuerza y fe

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Ya saliendo del mes de octubre, declarado como mes de la Concientización del Cáncer de Mama, y ojalá esto fuera una campaña permanente, porque de acuerdo a lo que hemos podido verificar, por entrevistas que realizamos y en el contacto de día a día, aún nos falta mucho por seguir creando esa cultura y conciencia, en que, principalmente, mujeres sigan haciendo ejemplo sobre detectar a tiempo este tipo de mal.

Hace veinte años perdimos a nuestra madre por complicaciones de estar padeciendo esta enfermedad, que si bien, no es un sinónimo de muerte, como algunas que han sobrevivido al mismo, sino más bien, de que es un recordatorio del valor de la vida y que aquellas que hacen su chequeo personal o médico, y lo detectan a tiempo, tienen grandes posibilidades de sobrevivir.

Nuestra madre sabía que tenía este mal en su seno, pero prefirió callar, por pensar más como mamá que en sí misma. Esto, porque dos de mis hermanos iban a Méxi­co a estudiar y para no impedir o molestar esa intención prefirió callar. Eso trajo como consecuencia que al momento de que todos lo supiéramos ya estaba tan avanzado que solo le dieron en esa ocasión, un mes de vida. Gracias a los recursos, las diligencias de todo tipo a tiempo, y a Dios, pudo sobrevivir cinco años.

Durante todo ese tiempo, el cáncer no le robó su felicidad, alegría, su mejor don, que era ser solidaria con todo el que la necesitaba o que ella entendía que lo requería. No le robó el poder brindar amor a todo el que ella le profesaba ese gran sentimiento. O sea, que el mal no le quitó todo lo bueno que ella siempre tuvo en sí misma.

Nuestra madre fue una mujer con un espíritu de lucha siempre. Así como se integraba a las luchas políticas junto a nuestro padre, por los derechos humanos de los pueblos y la paz, lo hizo para enfrentar esta afectación y lo hizo siempre con una sonrisa a flor de labios.

Hoy el Cáncer de Mama sigue teniendo preeminencia en nuestro país y el mundo, como uno de los más comunes e incluso, ahora en mujeres más jóvenes y no necesariamente por aspectos hereditarios, sino teniendo que ver con el medio ambiente en que nos movemos y la alimentación procesada, rápida y artificial y el sedentarismo.

Vemos en cada mujer que hoy está enfrentando este te­rrible mal, a la fuerza y presencia de nuestra madre, que nunca la escuchamos hablar del tema con temor, sino con esperanza y deseos de vida.

Hoy, seguimos recordándola como lo que fue, una mujer que contribuyó con la lucha de su propio pueblo y de otros en el Caribe, Centro América y Europa. De esos seres humanos que realizan una labor sin necesidad de reconocimientos oficiales ni laudos. Vivió hasta el último día de su vida, haciendo el bien para todo el que la conoció y si es cierto, murió como consecuencia de efectos del cáncer, nunca dejó de enfrentarlo con fuerza y sobre todo, con fe.

Ojalá su testimonio sirva como mensaje para aquellas mujeres que hoy tienen la tarea de tener que transformar sus vidas porque el mismo cáncer, les ha despertado muchos sentimientos y experiencias, recordándoles el verdadero valor de la existencia humana.

De nuestra parte, solo nos resta expresar, nuestro gran orgullo de haber sido hijo de Carmen Teresa Rodríguez Rodríguez, por su gran ejemplo de ternura, solidaridad, empatía, y confianza en Dios, y que pudo transmitir todas esas bondades a cada persona que la trató y conoció. Con su sonrisa, siempre, como indicando que todo va a estar bien.

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