Opinion
Mi ventana óptica – Pérdida de valores
Partiendo de lo particular a lo general, pensaríamos estar ante un fenómeno universal, pero, para ser un mínimo equilibrado en este juicio, mejor decimos que esto es más exclusivo de Occidente que de otras latitudes. Ejemplo, en nuestro país, en aquellos tiempos “atrasados”, cobijados bajo pencas y yaguas, un ancianito era tío o abuelito de cualquier muchacho.
Este veía a esos jóvenes como a los suyos, si estaban en problemas, intervenía para apaciguar los ánimos y por tratarse del viejo que les hablaba obedecían, pues la sociedad de entonces, no toleraba que estas figuras terminaran irrespetadas o ultrajadas por cualquier mozalbete.
Pero la invasión cultural, producto de la inmigración del dominicano, tiró todo eso abajo, de lo cual no quedan ni los recuerdos. Por lo tanto, no debe extrañarnos que nuestro sistema educativo haya echado a la basura la Historia que narra el heroísmo y grandeza de nuestros prohombres de la Independencia y la Restauración.
Una sociedad sin la base que le sustente, no puede mantenerse de pies hemos reiteramos en múltiples ocasiones, es probablemente lo que nos está diciendo el profesor Iván Gatón, en sus intervenciones por redes sociales, aprovechando el terreno movedizo que estas significan para cerebros mal alimentados y sin la debida orientación familiar, que debe ser la primera escuela, o tal vez, estemos enfrentando un mal sin solución, porque viene de arriba, como el guion que perfectamente conduce a esos sectores al objetivo.
Vivimos en una era de avances tecnológicos sin precedentes, conectados por redes sociales, que nos prometen cercanía, rodeados de información que se actualiza en segundos y tenemos muchas interrogantes sin respuestas cómo, ¿Asimilarán los muchachos el mensaje subliminar difundidos en estos medios alternativos?
Sin embargo, mientras el mundo exterior se moderniza a un ritmo vertiginoso, el mundo interior del humano parece sufrir un proceso inverso, predominando la pérdida de valores esenciales.
La empatía, el respeto, la honestidad y solidaridad, pilares que históricamente sostuvieron las relaciones humanas, se ven cada vez más erosionados por la cultura del individualismo, del éxito fácil y del placer inmediato. Las consecuencias son visibles, violencia cotidiana, corrupción institucionalizada, indiferencia ante el sufrimiento ajeno, destrucción de la familia y desprecio por el prójimo.
Estos no desaparecen de la noche a la mañana, se degradan lentamente, en silencio, mientras las sociedades duermen la borrachera, dejando de enseñar con el ejemplo, cuando los padres bajan la guardia, las escuelas se convierten en simples centros de una instrucción sin contenido, líderes convertidos en figuras mediáticas descalificados moralmente.
Que parecen haber confundido el progreso con la deshumanización, aplaudiendo la astucia, más que la integridad. Elogiando al rico, sin importar cómo hizo fortuna. Validando la fama, por encima del mérito y se normaliza la mentira si genera resultados favorables.
Este proceso degenerativo no se combate con discursos vacíos, con promesas de campañas políticas engañosas, sino, con acciones concretas, que involucre a los hogares y la educación familiar, dando ejemplos desde las instituciones, asumir responsabilidad desde los medios y cultivar el espíritu desde la propia conciencia.
En conclusión, la pérdida de valores no es irreversible, pero requiere una voluntad colectiva para restaurar lo que hemos dejado caer, porque sin valores, no hay humanidad, solo una masa “humana” desconectada de seres que se cruzan, se utilizan, se olvidan y cada uno sigue su camino.
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