Opinion
Mi ventana óptica La inmigración árabe
Hoy cuando estamos gobernados por un descendiente libanés, rodeado de colaboradores de ese mismo litoral, traemos una breve historia de estos inmigrantes. A inicios del siglo XX, la colonia árabe en Santiago (libaneses, sirios y palestinos) introdujeron la modalidad del buhonero, vendiendo productos puerta a puerta en áreas rurales, libres de impuestos y sin permiso para operar, causando rechazo de comerciantes locales.
En 1903, atendiendo a quejas, el Ayuntamiento acusó formalmente a estos de “perjuicios al comercio nacional e hizo legislar para contrarrestar la competencia desleal. Entre 1901 a 1907, se tomaron medidas municipales que exigían patentas más altas para ellos y limitaba mercancías que podían vender.
Con la historia repitiéndose, dos siglos después, tenemos la incidencia de ciudadanos del Medio Oriente controlando las principales actividades políticas y económicas del Estado, siendo la principal preocupación. El comercio chino se suma al problema contra comerciantes tradicionales compitiendo en desventajas, vendiendo productos libres de impuestos y ni la mano de obra local contratan para emplear a indocumentados.
Con la diferencia de los primeros, de quienes hemos asumido parte de sus culturas, tanto en lo culinario, como otros aspectos. Un Santiago, hogar de comunidades inmigrantes como las citadas, que dejaron huellas profundas en el comercio y la economía desde finales del siglo XIX y XX.
Provenientes en su mayoría de lo que hoy son Líbano, Siria y Palestina, buscaban mejores oportunidades y escapar de condiciones políticas, económicas y religiosas impuestas por el Imperio Otomano. Aunque muchos llegaron inicialmente a ciudades portuarias como Santo Domingo y Puerto Plata, Santiago pronto se convirtió en destino clave por su estratégica ubicación y pujante economía agrícola, especialmente concerniente al tabaco.
Estos trajeron consigo una tradición comercial profundamente arraigada, abrieron pequeñas tiendas y negocios familiares, concentrados en la venta de textiles, productos importados y artículos de uso cotidiano. Estas tiendas conocidas como “colmados” o “pulperías”, se convirtieron en pilares de comunidades nativas.
Algunos incursionaron en el comercio mayorista, estableciendo redes de distribución que conectaron a Santiago con otras regiones, negocios que crecieron y se transformaron en grandes almacenes y empresas, formando parte integral del desarrollo que hoy exhibe.
Muchos fueron pioneras en sectores como la venta de ropa, calzado y electrodomésticos, ganándose la confianza y respeto de la población, gracias a su capacidad de trabajo, atención al cliente y contribuciones al desarrollo.
Los ubicados en Puerto Plata, se dedicaron mayormente a la ganadería, pero su impacto tuvo mayor trascendencia, pues también contribuyeron al enriquecimiento cultural y la culinaria, con platos como el (kibbeh, el tabule y el falafel) integrados a la gastronomía santiaguera.
Además, promoviendo valores, como la solidaridad, educación y familiares. Algunos sobresalen en la medicina, ingeniería, política, artes y el Derecho, (saludos doctor Julián Serulle), una integración con muchos desafíos, como las barreras del idioma, diferencias culturales, obstáculos que superaron, sin embargo, su capacidad de adaptación y disposición al trabajo les permitió prosperar, manteniendo un equilibrio entre preservar sus raíces culturales y participar activamente en la cotidianidad dominicana.
Celebraciones como bodas y festividades religiosas el (Ramadán) son ejemplos de cómo sus tradiciones continúan vivas, mientras combinan perseverancias y emprendimientos. Generaciones jóvenes han tomado las riendas de negocios familiares, modernizándolos y adaptándolos al nuevo mercado globalizado. Aun justificada la preocupación de sectores, la inmigración árabe ha resultado positiva para nuestros propósitos como pueblo.
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