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Opinion

Mi ventana óptica – La apatía social

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Venimos hablando de la pérdida de valores en la sociedad y falta de compromiso en los hogares para educar y así revertir la indolencia, algo cada vez más evidente, como lo demuestra el accionar de 7 individuos contra una joven de Villa González, en Santiago, ultrajada infamemente por personas con las cuales salió a divertirse.

Nadie se preocupa por el alto consumo de drogas y menos, por el estado mental de una población que se ve fuera de sus cabales, sin protección por parte de la autoridad que juró protegerla. Todo indica, que no sólo perdimos la capacidad de asombrarnos con escenas dantescas como la encontrada por la policía en Mao, de una joven descuartizada, su cuerpo diseminado entre el horno de la estufa y en otra parte de su apartamento, para luego descubrir que el autor de tan macabro levantamiento fue el hermano de la víctima.

Después de hechos así ¿Qué más debe suceder para despertar el asombro de la sociedad? ¿Quién nos deshumanizó tanto? Somos parte de un mundo hiperconectado, donde la información circula a la velocidad de la luz y las tragedias se difunden en vivo con igual rapidez, mientras paradójicamente, crecen vertiginosamente la indiferencia, indolencia y la apatía social.

Donde ya los humanos lucen incapaces de reaccionar con empatía ante el dolor ajeno, incluso, aunque este ocurra en sus propias narices. No sólo se trata del desinterés exhibido, es peor, lo anestesiada de una conciencia colectiva como resultado del desgaste emocional constante, donde interviene el bombardeo diario de noticias trágicas que, en lugar de movilizar, insensibiliza al receptor. Imágenes de guerras, hambrunas, desastres y violencia pasan frente a nuestros ojos como simples escenas de una serie que al final, podemos desaparecer con un clic.

Este fenómeno alcanza incluso, las relaciones más cercanas, vecinos que no saludan, compañeros de trabajo que ignoran las señales de angustia en otros, familias, donde cada miembro se concentra en su mundo digital, en que la frase “mientras no me toque a mí” se ha convertido en el lema silencioso de hechos horripilantes.

Es fruto del individualismo que promueve el sistema económico, el miedo a involucrarse y ser arrastrado por problemas ajenos e incluso, la creencia de que “nada puede cambiar”; pero el efecto es devastador, erosionando la solidaridad, el debilitamiento del tejido social y la normalización del sufrimiento ajeno.

Romper esta cadena requiere un acto consciente de rebelión contra la indiferencia. Escuchar, ofrecer ayuda, involucrarse en causas colectivas y educar a las nuevas generaciones, sobre la empatía con sus semejantes, pues una sociedad que se acostumbra a no sentir, tarde o temprano deja de existir como comunidad.

La apatía social es una sombra que crece silenciosamente y si no encendemos la alarma sobre dicho fenómeno, corremos el riesgo de perder la condición humana, donde la vida de otros no nos importa, hasta descubrir, que la nuestra tampoco importa a nadie.

Esto resulta más preocupante, cuando la misma autoridad se aparta del compromiso social asumido con el pueblo, para obrar a favor de intereses particulares, un ejemplo, resultó perturbador ver, cómo en plena pandemia que mantenía al mundo en una especie de locura colectiva, un grupo se embarcó en el conflicto de Rusia y Ucrania, una muestra no sólo de apatía hacia el dolor ajeno, sino, mostrando un franco desprecio por la existencia humana.

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