Opinion
Carta abierta al presidente Álvaro Uribe Vélez

Por José Ricardo Taveras Blanco
Señor presidente:
Atraído por la leyenda sobre el carisma, don de mando e innovadora capacidad táctica que en el plano militar desplegara el Generalísimo Máximo Gómez durante la primera guerra de independencia de la República de Cuba, conocida como la Guerra de los 10 Años, José Martí enrumbó proa hacia San Fernando de Montecristi, República Dominicana, lugar donde aquel había establecido su tienda de campaña, no como soldado, sino como agricultor. Sería allí donde suscribirían el Manifiesto de Montecristi pieza que serviría de preámbulo a la independencia de Cuba, no sin antes haberle ofrecido mediante carta fechada en Santiago de los Caballeros el 13 septiembre de 1892, la jefatura militar de la señalada empresa, lo cual hizo con estas sentenciosas palabras: “… no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”.
La decisión no venía del azar, la buena fama tejida en torno a ese noble soldado dominicano iba más allá de las glorias de su espada, sabía que en el fragor de las batallas y fuera de ellas había dejado una gran estela de nobleza y desprendimiento. Al referirse a él, Martí refirió que de él “solo grandezas espero … Donde está él, está lo sano del país que lo recuerda y espera”, con lo que queda claro que el legado ya había sido sembrado, el apóstol hablaba del desprendimiento y la nobleza con que había dedicado su vida a la causa de la libertad de una nación que no era la suya.
Pasado el tiempo, constituida la Asamblea del Cerro, llamada a ser constituyente, al no compartir la ignominiosa determinación de los asambleístas de expedir acta de nacimiento al Estado cubano bajo vergonzosa y leonina subordinación financiera de los Estados Unidos, el generalísimo Máximo Gómez levantó la ira de los asambleístas, que sirvientes de otros intereses mas no de Cuba, la mancharon históricamente al hacer realidad las admonitorias palabras del mártir de Dos Ríos cuando le advirtiera al soldado que quizás le pagaría con “la ingratitud probable de los hombres”. Además de la concesión del préstamo, el gran debate no fue en sí la arquitectura constitucional del nuevo Estado sino la retaliación emprendida contra el soldado, cuya destitución como General en Jefe del Ejército Libertador y la supresión definitiva del cargo fue resuelta bajo acusación de insubordinación al poder soberano de la asamblea, acompañada de hirientes menciones a su condición de extranjero, aspecto éste último que se constituiría en su mancha indeleble.
Enterado de la decisión, la espada libertadora respondió humildemente mediante un manifiesto al país y al ejército en el que hizo saber que la “Asamblea estima como un acto de indisciplina y falta de respeto el que no apoye las gestiones encaminadas a levantar empréstitos de dinero que pueden comprometer más tarde los grandes intereses financieros y políticos de Cuba, que no pienso debe entrar en ejercer su propia soberanía (…) libre de todo compromiso y siempre dejando a salvo el honor nacional”, remarcando además que su condición de extranjero no implicaba que fuera un mercenario y que por vía de consecuencia los cubanos nada le debían.
La ingratitud suele ser una tara de los hombres como tales pero no siempre de las naciones, el resultado de esa actitud provocó tres días de un violento levantamiento popular en La Habana y en todo el país, conforme a la abrumadora mayoría de los historiadores, con el sello de un espontáneo carácter plebiscitario, a través del cual el pueblo cubano dejaba en claro que la ingratitud de las élites acreditadas en la Asamblea del Cerro no representaba al pueblo. Asediada por la furia popular desparramada por toda La Habana y el país al grito de “Viva Máximo Gómez” y “Abajo los Asambleístas”, la Asamblea del Cerro terminó siendo disuelta en medio del estigma y la ira de la nación que suponía representar, con la afrenta de que los mismos asambleístas que vituperaron a Gómez tuvieron que tragarse una por una sus palabras y consagrar una fórmula que permitía que sólo aquellos extranjeros que hubiesen peleado en las dos guerras de independencia por un período mínimo de diez años podían ser presidentes de la naciente República, o lo que fue lo mismo, decir que el único extranjero que podía ser presidente de Cuba era el Generalísimo Máximo Gómez, honor que declinara con hidalguía a pesar del anhelo del pueblo que le amó y agradeció hasta más allá de su muerte, tanto, que aún hoy se reconoce que sus honras fúnebres fueron las más apoteósicas y masivas expresiones de dolor y gratitud que jamás se hayan conocido en esa nación hasta nuestros días.
Presidente Uribe, traigo esta historia a colación porque he dado seguimiento a su carrera y por supuesto al proceso judicial con el cual se procura quebrar su férrea determinación de morir con las botas puestas al servicio de Colombia, propósito en el cual ha sido profundamente acompañado y escuchado por su nación. Precisamente en esos dos detalles está la causa de su desgracia, en su determinación de negarse y negarle a su familia el reposo de un merecido retiro en el que disfrute de glorias pasadas y en el hecho de que Colombia ha decidido seguir escuchándole como en su momento escucharan los cubanos a Gómez, de ahí la intensa perversidad de pretender inútilmente arrodillarle y descalificarle.
Por supuesto que usted ha cometido errores en el camino, como el de haberse dejado seducir por la ingratitud entonces encubierta y la falta de carácter que señalara sanamente como camino confiable y que terminara llevando los colombianos al vacío que sentar las bases para que las instituciones de la democracia sirvieran de carruaje triunfante a los que pretenden en constituirse en sepultureros de su libertad. Hablo de falta de carácter porque a Colombia le tocó la desgracia de que los términos de sus mandatos no fueron suficientes para que pudiera ponerle el punto final a su legado de dejar la paz definitivamente sembrada sobre la base de una victoria de las instituciones y de los principios, pero en ningún caso como fruto de una claudicación frente a sus verdugos, todo ello con el único objetivo de usar los sangrientos sacrificios de la República como plataforma desde la cual se elevara incienso a los dioses para la obtención de vanas glorias personales bajo palio de una falsa paz que ha demostrado su incapacidad para restañar heridas desde la justicia.
Máximo Gómez se refirió a la falta de carácter expresando que: “El que gobierna y manda debe tener mucho cuidado de no cometer ningún acto de debilidad, que menoscabe en sus manos la cantidad de poder que se le ha confiado; tampoco debe ejecutar actos arbitrarios, pero en el último caso, y en determinadas circunstancias, como por ejemplo, por las que atraviesa hoy la guerra de Cuba, es preferible un Gefe arbitrario que débil o falto de carácter. Los males que pudieran producir los procedimientos del primero serían de consecuencias personales; le harían daño a su persona, es lo más; pero los trastornos que sobrevendrían de los procedimientos del segundo, ¡ah! Esos serán siempre desastrosos, porque afectarían a todo el cuerpo social. A la sombra de una autoridad débil, sólo medran los osados, los atrevidos, que en la Revoluciones, por desgracia no son los menos, y se ven desdeñados y desatendidos los virtuosos, los moderados, los de espíritu manso.”
Convencido de que la ingratitud devenida de la tácita alianza entre los débiles, los osados y atrevidos ha insistido en tocar las puertas de su destino, he querido remarcarle que esa necedad no es hija del acaso, se le toca por su incesante afán de poner sus desvelos al servicio de Colombia y los colombianos, porque es consciente de que la mediocridad que procura dividir su nación no cesará en turbarla hasta que logre hundirla en el totalitarismo que la enajene de la grandeza que está llamada a construir. A usted le ha tocado enfrentar “amigos” y enemigos en el propósito de reclamar para Colombia una paz que le haga justicia y no una entronización de sus verdugos, que es lo que finalmente ha sucedido a pesar de sus esfuerzos, de ahí que sea de gran valor estratégico hacerle desfallecer para procurar de ese modo ensordecer el pueblo que insiste en escucharlo y acompañarlo.
Lo quieren en silencio y fuera de combate porque tienen temor del peso de su palabra y horror a la acción permanente con que la acompaña, su perverso e irracional propósito no reparará en que mientras más le golpeen más empeñado estará el pueblo en reivindicarle a través de un verdadero juicio de carácter plebiscitario.
He leído pacientemente la sentencia que le ha condenado, mi condición de abogado me permite apreciar a simple vista que se encuentra desprestigiada en sí misma, no solo porque la misma juez que le ha condenado confiesa que no existe ninguna prueba directa que lo incrimine, sino, porque consciente de que ha fallado sobre la base de otorgar crédito a indicios que la condujeron a un razonamiento inductivo sustentado en especulaciones en las cuales la construcción de la certeza razonable brilla por su ausencia, desnudando con ello su parcialidad al apresurar la ejecución de una condena en la que ella misma no tiene esperanza de que pueda resistir el escrutinio de jueces más experimentados y por supuesto no comprometidos, no es una sentencia, es una vergüenza.
Siga su marcha, ellos creen erróneamente que la han puesto tras los barrotes de su prisión sin reparar en que realmente la han motorizado, en nuestros campos la sabiduría popular ha dicho que las cargas se aparejan en el camino, no tenga dudas, serán los colombianos los que terminarán diciéndole a sus enemigos, que de Colombia también lo son, que por más esfuerzos que hagan al juzgarlo, no los desviarán de su propósito de construir una paz justa en el marco de un Estado de derecho en el que la libertad sirva de norte a su destino, propósito que perseguirán bajo su comprometido y muy bien acreditado liderazgo. Al igual que el pueblo cubano hiciera con Máximo Gómez, los colombianos se encargarán de convertir el próximo proceso electoral en una cita plebiscitaria en la que le harán saber a sus verdugos quién terminará juzgando a quién.
Mientras, lleguen a usted nuestras más sinceras expresiones de solidaridad y amistad, en nombre de todos los dominicanos que le admiramos y respetamos, que créame, somos muchos.
Santiago de los Caballeros, R. D.
11 de septiembre del 2025.

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