Opinion
Mi ventana óptica – La manipulación semántica II
El eufemismo, es la máscara preferida del discurso político para confundir al auditorio, “flexibilización laboral”, justificando pérdida de derechos y “daños colaterales”, encubriendo muertes inocentes, teniendo de cómplices a los medios de comunicación que repiten esto hasta grabarlos en la conciencia colectiva como verdades irrefutables.
A veces, ya ni sabemos cuándo lo que se dice hace sentido con lo “interpretado o entendido”, la Iglesia es la madre de la confusión discursiva, porque mientras menos entiendes, mejor para el negocio. Bajo este disfraz verbal, la sociedad pierde su capacidad de reaccionar y así normaliza lo inaceptable y convierte en rutina lo que debería escandalizarnos.
Es el veneno que no mata, pero adormece, distorsiona, cortina que impide ver lo que realmente está detrás de lo expresado, lo cual sólo puede ser combatido con el pensamiento crítico y reflexivo; en que cada ciudadano aprenda a leer más allá de lo que escucha, a cuestionar lo que se le presenta como “verdad oficial” y no aceptar sin resistencia las etiquetas que otros imponen con propósitos malsanos.
Porque quien controla el lenguaje, domina también la mente, la memoria y el futuro de los pueblos. Sobre todo, en tiempos donde la información se multiplica y la mentira se viste de verdad con una facilidad pasmosa, donde identificar una u otra es para «cerebros privilegiados», pues la distorsión del habla termina siendo el arma silenciosa de quienes buscan controlarlo todo.
Hoy, la batalla por la verdad, ya no se libra con espadas, bayonetas, ni fusiles, sino, con palabras. Una de las herramientas más poderosas y peligrosas en manos de quienes buscan modelar y dirigir la opinión pública a su antojo. El lenguaje, que debería ser un puente para el entendimiento, lo pervierten, hasta convertirlo en un muro que separa la realidad de la creencia o percepción.
No es casual, que los manipuladores elijan cuidadosamente cada término, pues no es lo mismo hablar de “ajuste económico” que de “recorte social”, ni de “pacificación” que de “represión”. El juego de palabras no sólo cambia el significado del hecho, sino, que también anestesia a la ciudadanía, haciéndola aceptar realidades que, nombradas de otra manera desatarían rebelión.
Cuando necesitemos de un diccionario o traductor para definir lo que sectores interesados nos dicen en nuestro propio idioma, es como convencernos de que una misma sociedad habla diferentes idiomas y es tarea del ciudadano aprender a leer y hablar, como hacemos cuando llegamos al extranjero, o sea, nos vuelven forasteros en nuestra propia tierra, para que nadie refute sus argumentos con propiedad.
Siendo así, entonces pudiéramos descubrir, por qué la educación de calidad de la que nos hablan es una quimera, porque no conviene el despertar del entendimiento de la población, que empezaría a cuestionar con mayor base, recordemos que, hasta no hace mucho, en la iglesia, la misa se oficiaba de espalda al público y cargada de enunciados en latín, que el feligrés muy poco o nada entendía.
Pero es que no están allí para entender, sino, para obedecer y aceptar como el rebaño que guía un pastor. En definitiva, la manipulación semántica no es un simple juego de palabras, con que se engalana un idioma, es una forma de poder y quien no la desenmascara, termina dominado por los peores intereses y nunca saldrá de la oscuridad.
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