Quien alguna vez dijo “terminé de estudiar”, puede dar por seguro, que nunca comenzó, que sólo se trató de alguien, obligado a ir a la escuela, de la que ningún provecho sacó, casos abundantes en nuestro estudiantado.
Estudiante, es aquel, que acude a la escuela, motivado en un futuro promisorio, con sed y hambre de aprender, sabiendo que el aprendizaje es constante y que no termina con el título en la pared, porque el paso del tiempo trae nuevas enseñanzas, que actualizan y consolidan lo aprendido.
Que detenerse, es como iniciar un recorrido y devolverse de mitad del camino. Estudiar no resulta divertido, pues interrumpe noches de diversión y placeres, que no muchos quieren negociar, sobre todo, en sociedades que no valoran el esfuerzo.
Sólo termina de estudiar, aquel que cree haberlo aprendido todo, craso error, por aquello de “mientras más aprendo, menos sé”. Es tarea difícil, para quienes no creen que con cada nuevo día nos enfrentamos a un mundo diferente.
Otro error es, quedarse con lo poco que puede aportarle el maestro, sin buscar fuentes extras para reforzar lo asimilado. Esta era una prédica del profesor, Francisco Ubiera, higüeyano, uno de tantos educadores que nunca olvido, porque nos enseñó el valor de aprender, gracias por siempre, maestro.
Las aulas, agrupan muchos estudiantes y un educador no puede dedicar todo el tiempo para vaciarle sus conocimientos a todos por igual, y sólo quienes están ahí movidos por el interés académico sacan mejores resultados.
Aquellos, que el día de la prueba o examen, no están invadidos por el nerviosismo, porque sólo quienes desaprovecharon la catedra se ven en semejante situación y para pasar, necesitan la “ayuda” del vecino que, para fines de aprobar, luce tentativo, pero los reveses luego vendrán con sus cargas de frustraciones.
Pudiera ser una creencia errada de mi parte, pero siempre he tomado en cuenta al estudiante que se coloca en las primeras filas. Es fácil identificar al que estando presente, está ausente, por lo regular, siempre fuera de la mirada del profesor, pues no quiere ser llamado a exponer u opinar del tema debatido.
Prefiere distraerse y distraer a los demás, como si lo que ahí se está impartiendo no resultara interesante para sí. Por eso, creo en un sistema educativo, que forme técnicos en las escuelas. Al llegar la hora, por ejemplo, de Biología, escuchaba compañeros decir, “para qué tengo que aprender de esto, si no voy a estudiar nada relacionado con las plantas, y era una materia, que debían pasársela los directores, hartos, de tenerlos allí dando lastima para graduarse.
Pero cuando estudié locución, entendí mejor la importancia de tener una amplia visión del saber o lo que otros llaman (Conocimientos de Cultura General). Una característica propia de oradores como Balaguer, que discursaba largamente, sin recurrir al teleprompter, que creo, ni existía para entonces, como tampoco con un papelito en sus manos.
¿Era magia, que hacía Elito? No, sencillamente, se trataba de un furibundo lector e investigador, lo que le permitía enriquecer sus sapiencias y poder disertar sobre cualquier tema sin auxiliarse de algún material didáctico.
Quien, al terminar su periodo escolar abandona los útiles y dice ya terminé, podemos decirle que desconoce el concepto del constante aprender, pues de esto jamás terminamos, y hoy peor, con los cambios vertiginosos que se suceden en el mundo.
Alejandro Almánzar
Twitter, @alexalma09