Opinion

¡Llegaron las Gárgolas a profanar los templos!

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Vivimos en el período histórico de la masificación de «gárgolas profanadoras de templos». Antes tenían funciones simbólicas. A partir de la Edad Media, tanto en el diseño como en la instalación en diversas iglesias de Europa, las gárgolas incrustadas en la fachada, tuvieron la función simbólica de defender y proteger los templos.

Hoy casi 1,000 años después, las gárgolas irrum­pen en la vida real. En la sociedad civil, las empresas y el Estado, en los pasados 25 años, ascendieron del inframundo un conjunto de súcubos, lamias o criaturas coléricas, patéticas y extraviadas que, en otras realidades, nunca hubieran salido de la sombra.

En el Medioevo, las gárgolas tenían la función de alejar de las iglesias, el pecado y su expresión en diversos demonios. Pero, en estas tres primeras décadas del siglo XXI, en la realidad, surgen de forma permanente los más variados personajes que, en vez de salvaguardar los santuarios de la ética, la buena razón y la conducta social hono­rable, depravan principios elementales y embargan el bien común.

Espíritus encarnados que treparon del averno a protagonizar putrefacciones, con hechos punibles que han reescrito a Santo Tomás de Aquino y sus Siete Pecados Capitales. Gárgolas que, en vez de proteger templos, han convertido santuarios y emblemas institucionales, en objeto de deseo, caos y destrucción.

Justicia, salud y educación son sectores donde nunca debió nacer la inconducta, evidenciada públicamente desde inicios de este siglo. Por más de 25 años, la nación ha sido sorprendida por grandes controversias de corrupción en instituciones esenciales para la tolerancia, la paz y la democracia.

Desde la venta de sentencias en el Ministerio Público, podredumbre en alimentos estudiantiles hasta la utilización inmunda del Seguro Nacional de Salud.

Que las gárgolas invadan la Lotería Nacional, es una cosa, y otra, que afecten la esencia de un servicio público vital para la libertad, la vida o la muerte.

Una parte de Santiago, igualmente, está po­seída por gárgolas efímeras. La ausencia de sentido común del grupo que a la fuerza fue impuesto, en el templo que denominamos, Consejo de Desarrollo Estratégico de Santiago (CDES), genera preocupación. Otro tanto acontece en Compromiso Santiago que centraliza a discreción, un conjunto de recursos públicos de proyectos no formulados por ellos.

Es un accionar estúpido en el mejor sentido de Erasmo de Rotterdam, y su «Elogio a la Locura». Hoy este grupo de gárgolas, además de excluir diputados y regidores, pretenden desatar una nueva cacería de brujas contra humildes organizaciones de base, de la otrora entidad modelo de planificación estratégica. Alguien tiene que llamarlos a salir de la imprudencia.

Historiadores y antropólogos como Dolores Herrero, doctora en Historia del Arte y especialista en gárgolas, estudia el simbolismo de estas esculturas. Ella revela que el misterio de su significado, todavía está oculto. Sin embargo, nadie duda que las gárgolas son advertencias dramáticas del pecado que se quiere prevenir.

Las gárgolas debieran volver como esculturas para espantar males. Que simbolicen espíritus perversos y almas condenadas, que aporten seguridad subjetiva al Estado. Que persuadan visualmente, que es mejor estar dentro de la iglesia, que fuera del templo. Que el bien común debiera seguir rigiendo por encima de las banalidades de los apetitos personales.

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