Opinion
De padre a hijo
Entendemos que para todo padre resulta de mucha alegría y satisfacción cualquier logro alcanzado por sus hijos. Y es como mirar una semilla que fue sembrada con amor, cariño, ternura y comprensión y todo cuanto hay que hacer para evitar que a eso que sembramos pueda llegarle cualquier tormenta o situación adversa que tienda a evitar que pueda ir creciendo hasta que logra germinar y posteriormente, llegarse a convertir en un gran árbol.
Eso precisamente, así indicado, es el proceso de nosotros los padres para con nuestros hijos. Buscamos que también sean mañana, de los que brindan sombras y no se queden secos y no sean capaces de brindar frutos. Esto podemos asemejarlo, a lo que sean capaces de alcanzar nuestros vástagos en su transitar por la vida.
Muchas veces queremos evitarles que pasen por cuestiones llenas de adversidades, pero nunca está demás que tengan que aprender la realidad de la vida y lo dura que puede ser, fuera del cuidado y seguridad de sus padres y entorno familiar. Que puedan hacerse conscientes del esfuerzo y sacrificio que ha supuesto para sus progenitores, todo cuanto han recibido a lo largo de su crecimiento y desarrollo. La mejor muestra de respeto de un hijo a un padre, es ser consciente y cuidar todo su empeño realizado y hacérselo saber de alguna manera.
Hemos hecho toda esta introducción, porque hace poco, nuestro querido hijo, Mauro Ernesto, y esto lo decimos con lágrimas en nuestros ojos, pero de felicidad, ha logrado llegar a otra etapa de su vida en la que sale del colegio y secundaria para optar por ir a estudiar algo de su preferencia y gusto a las aulas universitarias.
El solo hecho de pensarlo junto con él, estas últimas semanas, nos trajeron a la memoria todas esas mañanas y tardes, llevándolo y buscándolo; las actividades curriculares de tareas, trabajos, pasadías, viajes, entre otros: se resume en una sola semana en la que ya solo toca dar un despedir a las aulas, al colegio, a los compañeros y los que se vuelven amigos-hermanos. Para tomar rumbos distintos y donde en la vida cada uno tendrá ya un camino distinto dependiendo de las decisiones que tomen de ahora en adelante.
En todo ese mar de pensamientos que le deben estar llegando a él, también nos involucramos porque llegan a nosotros los recuerdos propios de cuando pasamos por lo mismo.
Para él, tiene un significado mayor, porque está consciente de que ya en la universidad será todo más impersonal, menos cercano e íntimo, ya no estará esa que se convirtió en tu cómplice en los recreos para conseguirte para una merienda; o esos profesores que ya eran como padres para ti, porque te conocían y te trataban como hijo y buscaban comprenderte. Ahora, tendrás que comenzar a ver todo de forma distinta, porque iniciarás la realidad cruda de la vida, y donde habrá desamores, quienes no busquen importarles tu situación, simplemente porque eres uno más dentro de ese universo de conocimientos y nuevas experiencias.
Con Mauro, también se despide el último de esa generación de nuestra familia que tuvimos el privilegio de pasar por las aulas del Instituto Iberia, y que desde que estuvo como director, Don Pepé, pasando por Don Víctor Martínez, a quien actualmente la dirige, su hijo, Víctor José Martínez Portela, han pasado generaciones de hermanos, primos y sobrinos. No deja de ser una nostalgia compartida, entre padre e hijo, que comparten un mismo centro de estudios y hoy cuando se despide, también de una manera o de otra, lo hacemos nosotros nuevamente desde el punto de vista emocional por la vinculación que ha existido por más de treinta años.
No solamente es agradecer a Dios, en primer lugar, por toda esta historia y lo que ha permitido. Al Instituto Iberia, porque hace más de quince años, permitió ser una de las primeras instituciones del país en comenzar a ser inclusiva para estudiantes que en ningún centro deseaban involucrarse con niños con el TEA, Trastorno del Espectro Autista, como lo conocemos. Y el trabajo realizado a través de todos estos años, que se permitiera que profesores fueran concientizados por psicólogos, fueron tareas que solamente este centro era capaz de permitirlo, así como lo ha hecho con padres que tenían ahí niños con Síndrome de Down.
Las palabras que hoy podemos decir y expresar de agradecimiento quedarían cortas, ante todo aquella preocupación que lograban borrar con el trato y la aceptación y sobre todo, la empatía en el ambiente escolar, eso no tenía precio. Para que podamos ver los resultados en este momento, de años que se fueron en un abrir y cerrar de ojos, aunque disfrutados.
Estamos llenos de admiración por nuestro hijo, Mauro Ernesto, quien ha podido rebasar muchas barreras y prejuicios, y con las que ha tenido que luchar desde su corta edad y como padre, le guardamos respeto porque ha sabido mantener su corazón noble y lleno de bondad, humildad y amor. Con personas como él, este mundo tendrá que ser mejor.