Desde niño, oí hablar del único negro que bota miel por los poros, el Caballo Mayor, el Negrito casi lindo, en fin, así identificaban al artista, que se convertiría en el fenómeno musical dominicano y ovacionado por el mundo.
A quien, la estrechez económica no pudo doblegar; y, por el contrario, le sirvió de chispa para la superación y entrega. Que no luchaba sólo por su supervivencia, si no, por la de su gente, que tanto amó.
No en vano, hoy es despedido como el grande, que dio lo mejor de sí, para poner en alto nuestra cultura. Llamado Johnny, para evitarse problemas con el régimen de turno, luego que Juan de Dios Ventura Simó, desertara como militar, se fuera a Cuba en un avión de la Fuerza Aérea, y viniera a enfrentar la dictadura.
«Juan de Dios Ventura Soriano» era su nombre, muy similar al del piloto rebelde. A él lo recuerdo, cuando iba a clubes deportivos, a tocar fiestas, para que estas instituciones recaudaran fondos, igual hacía con el PRD, partido al que le dedicó su vida.
Combinaba el activismo político con el arte; acompañando al pueblo en cada jornada por sus conquistas políticas y sociales. No sólo desafió la pobreza y la venció, rompió cuantas barreras encontró a su paso para posarse en la cima.
En una profesión, que parece haberle bajado de lo alto, porque le escuché decir, que su anhelo era ser el mejor arquitecto del país, nunca, uno de los mejores de un merengue que llevó casi a todos los rincones del mundo.
Hoy se marcha, sin dejar una mancha, de la que familiares, amigos y allegados pudieran avergonzarse. Fue diputado, alcalde de Santo Domingo, y no conozco una denuncia de corrupción atribuida a su gestión.
Defensor de las libertades públicas y del Estado de Derechos, celoso guardián de la institucionalidad, lo vimos bastante enojado, protestar ante al Congreso, cuando Danilo, intentó vulnerarlo todo, para retener el poder sin importarle medios.
Con casi 80 años, teníamos al mismo luchador, con la misma determinación, defender la Constitución, aunque fuera lo último que hiciera, como se lo hizo saber a quienes desde el poder se propusieron semejante despropósito.
Yo, que tengo la convicción, de que la muerte no es más que un paso hacia una nueva vida, que no somos ese rostro que vemos cada mañana al despertar, sigo creyendo que venimos con planes preconcebidos, y que como él mismo dijera, lo importante es descubrir y entender cuál es la encomienda.
Tiempo y edad, no fueron obstáculos para Johnny, entender que todavía tenía mucho para darle a su pueblo, así es como la «muerte» le sorprende trabajando en el Cibao, una tierra que tuvo como suya, cantando a lo cibaeño, sin intensión de mofarse de nuestra típica forma de hablar el castellano.
Estaba allí, cumpliendo el compromiso de luchar por el bien común, por un río Yaque, que la indiferencia oficial ha visto morírsele en la cara, como el enfermo sin dolientes, fue a dar la cara por él. Adiós, Caballo, y como la reencarnación existe, te volveremos a ver galopando como verdadero hijo del pueblo dominicano.
Tu esencia, esa que nunca muere, vivirá por siempre, en quienes conocimos de tu hombría, y nuestra voz, seguirá levantando la tuya, para resucitar al moribundo Yaque del Norte, y preservar todo aquello por lo que luchaste.
Twitter, @alexalma09